03 enero 2008

En lo alto de un cerro...

El ave Fénix pasa volando por encima de las copas de los árboles. Mientras surca el cielo recuerda las ocasiones en las que una de sus plumas de color del fuego ayudó a devolver a la vida a grandes héroes. Hoy sus plumas están apagadas, pues sabe que esta noche nada podrá hacer por salvar una vida.

Pronto llega al palacio: un edificio de marfil que se eleva majestuoso por encima de las casas de la ciudad. Se posa en lo alto de la torre central, desde dónde puede ver la plaza delante de las puertas principales. Ha venido todo el mundo. Los sátiros miran al suelo cabizbajos. Las hadas caminan torpemente evitando ser pisadas, sin fuerzas para volar. Una quimera está tumbada junto al arco de la entrada, y mira fijamente las puertas cerradas. Los trasgos están juntos y quietos, sin molestar. Ni las doncellas, ni los campesinos, ni los niños reparan entre lágrimas en el enorme gigante que espera tras los muros de la ciudad, sentado en una piedra. Más allá, los centauros corren a través del bosque en dirección al palacio. La tarde está ya cayendo cuando las puertas se abren.

El payaso es el primero en salir. No lleva maquillaje, ni sus ropas de colores chillones. Nadie le dice nada y dejan que se mezcle con la muchedumbre. Todos saben que fue él quién la encontró, y ha sido él quién la ha vestido para la ocasión. Después, rodeado de una corte de pequeños duendes, sale el ataúd. Es grande, blanco y muy sencillo. Seis son los que cargan con él. El primero el caballero, que se ha puesto su mejor armadura y su espada cuelga del cinto. A su lado va el bardo, vestido con su camisa de rayas. Un pirata de larga melena va a su espalda y junto a él una dama de cabello oscuro y piel pálida. Un gran búho y un hombre enmascarado y encapotado completan el grupo. Tras ellos cientos de animales de ensueño caminan despacio. Cuando atraviesan la plaza se oyen sollozos. Los orgullosos centauros se inclinan ante el paso de la marcha fúnebre, mostrando su respeto. Las sirenas cantan en un triste coro mientras un minotauro consuela al enorme monstruo del lago, que brama en dirección al ataúd. Es la primera vez en años que estará solo. Los trolls miran de lejos, ocultos en las sombras, agarrándose el corazón.

La marcha continúa colina arriba, hacia lo alto de un cerro. Allí están esperando siete enanos junto a un gran hoyo. Llevan todo el día cavando. Las arañas se adelantan y tejen cuerdas de seda para bajar el ataúd. Los seis que cargaban con él se ocupan de abrir la pesada tapa para que todos puedan verla por última vez, justo al caer la noche. Allí está, tumbada sobre finas sábanas, como si estuviera durmiendo. Su melena morena y rizada se despliega por la almohada y por sus hombros. Lleva un vestido rojo, su preferido, que conservó desde el primer día que llegó al reino. La dama de piel pálida sonríe al verle puestas las enormes botas negras que le regaló siendo una niña. En el centro de su pecho, rodeado por sus manos, reposa un sobre blanco, que nadie sabe que contiene.

Los elfos lanzan flechas hacia el cielo, y un viejo mago hace que exploten dibujando con luces el cielo. Las brujas se ocupan de que las estrellas brillen más que nunca, como último adiós. Tres figuras silenciosas se acercan hasta la tumba. Aprietan los dientes, enseñando largos colmillos, y de sus ojos nacen lágrimas de sangre. El cazador de su lado los ignora: hoy no hay lugar para viejas enemistades. El ataúd ya está en el fondo del hoyo. Uno a uno, dejan caer un poco de tierra sobre la tumba. Muchos no pueden ni hablar, otros además dejan caer regalos: un comodín, una moneda de plata, una rosa negra y un anillo de esmeralda. El último que arroja tierra es el caballero, que no ha dicho palabra alguna desde hace dos noches.
La gente se retira. Esta noche no habrá fiesta, como la hubo todas las anteriores. Los lobos aúllan durante horas, mientras cada habitante del reino vuelve a su hogar. El único que no se mueve es el caballero, que permanece frente a la tumba. No deja que la hiedra la cubra, no deja que la niebla la tape. Su armadura se oxida, pero allí permanece.


En lo alto de un cerro, para ver el entierro de la Imaginación.

7 comentarios:

Inés Mena dijo...

Buenos días Caballero!!!^^ Sabes??me ha encantado :D Gracias por...escribir por mí :) Mmmm algún día iremos a ese reino...Algún día visitaremos a Nesi ^^ :D Sé feliz siempre, siempre.

Sobre todo me ha marcado lo último: "En lo alto de un cerro, para ver el entierro de la Imaginación" ... (K)!!!Pero...te confesaré una cosa, creo en la reencarnación!!^^ ;)

Posdata: Siempre que mire las botas negras...me acordaré de ti.

Anónimo dijo...

Qués esto...? Sa muerto Aragorn?

UrothJRazail dijo...

No hijo, no, la última frase da la clave no crees?

Anónimo dijo...

Qué pasa; se le acaba la imaginación a los autores o algo así? Eso no es nuevo en modo alguno.

Anónimo dijo...

q bonito! me ha encantado!

UrothJRazail dijo...

Gracias Cris, aunque sé que no está demasiado bien construido. Puedo hacerlo mejor, un día me pondré en serio con ello.

Anónimo dijo...

Muy bonito. Me ha emocionado mucho. besitos